(Por Pablo Burgués)
Dicen por ahí que a lo largo de su ajetreada vida, Elmyr de Hory vendió más de 1.000 falsificaciones de artistas como Renoir, Picasso, Matisse o Modigliani. Hay incluso quien asegura que algunas de estas «obras maestras” siguen a día de hoy consideradas como auténticas y cuelgan de las paredes de algunos de los museos más famosos del mundo. Pero, ¿quién fue y de donde salió semejante personajazo?. ¿Como consiguió que los críticos de arte más prestigiosos del planeta se comieran con patatas sus falsificaciones?. ¿Por qué eligió Ibiza como centro de operaciones?. Y lo más importante de todo: ¿el zagal era más de Leroy Merlin o de Bricomart?. La respuesta a todas estas cuestiones y muchas más, aquí y ahora señora.
Hoffmann Elemér nació en 1906 en Budapest, en el seno de una familia de poder adquisitivo tirando a fulerete. Sin embargo, el muchacho no había venido al mundo a pasar penurias, así que en cuanto le salieron cuatro pelos en el bigote se cambió el nombre por el de Elmyr de Hory y se hizo porno-mozo-gay-de-compañía y olé. Y es que al parecer el tipo era todo un gentleman y no tardó en amasar una pequeña fortuna gracias a su cuerpo serrano, lo que le permitió mudarse a París.
En la capital de Sena llegó a codearse con los artistas más grandes de la época como Picasso, Matisse o Ernest Hemingway, quienes poco a poco fueron despertando en nuestro joven amigo la pasión por el arte (y algún que otro vicio la mar de rico). Pero el buen rollo y el desparrame parisino no duraron mucho… El 1 de septiembre de 1939, un señor con una mala hostia inversamente proporcional a su tamaño llamado Adolfito Hitler invadió Polonia, provocando el estallido de la 2ª Guerra Mundial.
Ante semejante panorama Elmyr decidió hacer las maletas y volverse a Hungría, donde cuenta la leyenda (porque todo lo que rodea a este personaje se mueve en el terreno del realismo mágico) fue detenido por el ejército alemán y enviado a un campo de concentración. Ya en 1945, tras el fin de la guerra, regresó de nuevo a París con la idea de vivir de la pintura, pero al parecer el muchacho no era tan hábil con sus manos como con otras partes de su cuerpo y poco a poco fue hundiéndose en la más chunga de las pobrezas.
Cuando peor estaba la cosa y al muchacho solo le quedaba hacerse un bocata de pinceles para sobrevivir, sucedió algo que lo cambió todo. Una ricachona coleccionista de arte llamada Lady Campbell fue a visitarlo a la buhardilla donde vivía y ojeando entre sus pinturas encontró una copia de un óleo de Pablo Picasso hecha por él. La señorona, creyendo que el cuadro era original, le ofreció una cantidad indecente de pasta por él, a lo que Elmyr, un tipo de principios, respondió: ¿Te lo envuelvo para regalo o te lo llevas puesto?. Y así, del modo más tonto y azaroso, comenzó la imparable carrera falsificadora del tercer artista más cara dura del siglo XX (después de Milli Vanilli y nuestro querido Pitingo).
Elmyr de Hory cayó en la cuenta de que aquello de la piratería era una mierdita muy rentable, así que se encerró a trabajar día y noche en la diminuta azotea parisina donde malvivía y cuando tuvo listos un buen puñado de cuadros pintados «al estilo de» Picasso, se fue de turné por Europa en busca de tolais a los que colocarles la mercancía. Aquellas falsificaciones eran realmente buenas y se vendían como churros, así que nuestro querido amigo pronto se vio en la obligación a ampliar su catálogo de autores imitados: Renoir, Matisse, Modigliani…
Para justificar frente a sus posibles compradores el hecho de tener tantísimas obras de arte en su poder, el chaval se inventó que descendía de una adinerada familia aristócrata húngara venida a menos y que ante la necesidad de cash se veía obligado a deshacerse de parte de su colección privada.
Para darle veracidad a aquella tremenda trola, Elmyr siempre llevaba consigo un retrato en el que aparecía él y su hermano vestidos de comunión. Este lienzo, pintado por él mismo, era una imitación de los cuadros de Philip Alexius de László, un famoso pintor húngaro conocido por sus trabajos para la realeza europea. Cualquier entendido en arte sabía que solamente alguien muy importante podía haber sido retratado por László, así que aquella jugada maestra dio manga ancha a De Hory para vender sus falsificaciones.
Pronto Europa se le quedó pequeña, así que a mediados de los años 50 decidió lanzarse a la conquista de los Estados Unidos. Un día de fiestuqui conoció a Fernand Legros y Real Lessard, quienes se convirtieron en sus socios de fechorías y se encargaron de colocar sus imitaciones por galerías, museos y colecciones privadas de medio mundo.
Pero en 1959, tras varios años living a tope limón por los States, alguien alertó a Elmyr de que la justicia americana le estaba siguiendo los pasos. Ante la poco atractiva posibilidad de terminar sus días en una cárcel de Texas, decidió abandonar el país con carácter de urgencia. Y como de tonto no tenía un pelo, no te creas que eligió el inhóspito desierto de Pakistán o las pantanosas selvas de Borneo para esconderse, sino las paradisiacas calas y las animadas discotecas de Ibiza.
El pintor, que no era de hoteles y mucho menos de campings, se instaló en una bonita casa payesa en Sant Josep y lo que iban a ser un par de semanas de asueto terminaron convirtiéndose en 16 años.
Su aire aristócrata y una habilidad innata para moverse por el mundo del cancaneo y el lerele pronto lo convirtieron en uno de los personajes más solicitados de la dolce vita ibicenca. Entre sarao y sarao, nuestro amigo seguía pintaba falsificaciones que sus socios Fernand Legros y Réal Lessard iban colocando alegremente por museos y colecciones privadas all around the world. Vamos, que como dirían en mi pueblo: «el colega nadaba en la ambulancia”.
Pero en 1967 sucedió algo que lo cambiaría todo. El magnate tejano del petróleo Algur H. Meadows, mosqueado con un par de cuadros de dudosa procedencia que acababa de adquirir, encargó a cinco expertos un informe sobre la autenticidad de toda su colección. El veredicto de los muchachos fue unánime: treinta y ocho de sus cincuenta y pico obras eran más falsas que el abrazo de una suegra.
Aquel tremendo escándalo puso en alerta a los compradores de arte del mundo entero, quienes con más miedo que vergüenza comenzaron a escudriñar sus colecciones en busca de nuevas falsificaciones. Y vaya que si las encontraron: decenas de cuadros fueron retirados de diferentes exposiciones parisinas, obras de Dufy, Derain y Modigliani fueron descolgadas de las paredes del Museo Nacional Japonés de Arte Occidental, varias casas de subastan estadounidenses cerraron sus puertas hasta nueva orden…
Uno de los datos más curiosos del tema es que todas aquellas obras falsas tenían su documentación en regla y poseían sus correspondientes certificados de autenticidad avalados por reputados especialistas. Todas las miradas se pusieron sobre Legros y Lessard, dos marchantes de arte con un catálogo demasiado extenso para unos tipos que prácticamente acababan de entrar en el mercado del arte. ¿Pero de donde habían sacado semejante cantidad de falsificaciones? La prensa empezó a especular con la existencia de un taller clandestino de artistas a sueldo en el sur de Francia, pero la policía, que ya sabes que no es tonta, concluyó que todo el tomate salía de Ibiza.
De la noche al día, Elmyr de Hory pasó del más absoluto anonimato a convertirse en una estrella mundial, una especie de Rovin Hood del arte que había robado y puesto en ridículo a los más prestigiosos expertos de arte. Revistas y televisiones de todo el mundo se peleaban por conseguir una entrevista con el recientemente bautizado como “el mayor falsificador de todos los tiempos”.
Su fama llegó a tal punto que en 1974 el mismísimo Orson Welles, deslumbrado por el desparpajo de nuestro amigo, viajó hasta Ibiza para grabar un documental sobre él llamado F FOR FAKE (F de Falso). Y ya que hablamos de fraudes y piratas, aquí te dejo el link donde puedes ver dicho documental completito por la patilla.
Lejos de avergonzarse y pedir perdón por sus travesuras, Elmyr se jactaba de sus hazañas y se burlaba de aquellos que se hacían llamar expertos en arte. “Ninguno de ellos ha rechazado jamás comprar uno de mis cuadros”, decía. “Son todos una panda desgraciaos que no hacen otra cosa que olerse el ojete unos a otros” (bueno, esto no llegó a decirlo, pero seguro que lo pensaba muy a menudo).
También aprovechó el interés mediático para defenderse de aquellos que lo llamaban falsificador, ya que aseguraba no haber copiado un solo cuadro en su vida. Lo que él hacía era pintar obras nuevas dibujadas “al estilo de” este o aquel artista. Es más, llegó a afirmar sin ponerse ni rojo que la humanidad estaba en deuda con él, ya que había regalado al mundo la posibilidad de ver aquellas obras que los artistas no tuvieron tiempo de pintar en vida.
Al margen de su caradurismo extremo, lo que si es cierto es que sus falsificaciones eran extraordinarias, hasta el punto de que pintores como Kees van Dongen o el mismísimo Pablo Picasso llegaron a reconocer como suyos cuadros que en realidad habían sido pintados por Elmyr.
La locura popular por este personaje llegó a tal punto de psicodelia que alguno de sus cuadros llegaron a valer más de 100.000€, lo que hizo que pronto apareciesen falsificadores que empezaron a falsificar las falsificaciones de Elmyr… El no va más oiga.
Aquellos fueron sin duda los años dorados de nuestro amigo, sin embargo había una cosita que quitaba el sueño al chaval: que alguno de los países en los que había vendido sus imitaciones lo reclamase al gobierno español y acabase en la cárcel. Así que para no seguir tentando a la suerte, Elmyr ordenó a su socio Fernand Legros que no vendiese ningún cuadro suyo más o de lo contrario haría pública una lista de todas las falsificaciones pintadas por él. Legros, lejos de enfadarse se tomó aquello estupendamente y como muestra de su cariño y agradecimiento hacia el artista, al día siguiente ahorcó a su perro de la rama de un árbol junto al mensaje: El próximo serás tú.
Compuesto y sin perro, Elmyr siguió viviendo más bien que mal en su finca de Sant Josep de Sa Talaia, hasta que en diciembre de 1976 recibió la llamada del ahorro. El gobierno francés a través de una carta le comunicaba la puesta en marcha de una orden de extradición sobre su persona. Los días de Toma Ketama y Dale a tu cuerpo alegría Macarena estaban a punto de llegar a su fin.
Durante años Elmyr había estado colándole falsificaciones a gente demasiado poderosa de los cinco continentes y era consciente de que, si finalmente lo extraditaban y lo juzgaban, lo tendría chungo cubata para salir airoso. La idea de entrar en la cárcel a sus 70 primaveras era algo que no le ponía los pezones nada duros así que decidió que para lo que le quedaba en el convento, se cagaba dentro.
El 11 de diciembre de 1976 periódicos de medio mundo daban la noticia del suicidio del mayor falsificador de arte de todos los tiempos. El artista había ingerido una mezcla letal de barbitúricos y su jovenzuelo amante, Mark Forgy, lo había encontrado muerto en una de las habitaciones de la casa que ambos compartían en Ibiza.
La última vez que se vio al artista vivito y coleando fue unas horas antes de su muerte, en la terraza del Hotel Montesol, punto de encuentro de la gente chachi piruli de Ibiza. Elmyr, ataviado con su habitual monóculo y su inseparable capazo ibicenco colgado del brazo, se despidió de sus amigotes con la frase: “Adiós. Me voy a suicidar”. Aquellas palabras fueron interpretadas por todos como una broma, sin percatarse de que Elmyr tenía la misma vena de humorista que Elton John de jefe de obra.
Pero al igual que su vida, su muerte estuvo llena de polémica. Varios amigos del artista no tardaron en señalar como culpable de aquel suceso a Forgy, quién mira tú por donde había sido nombrado unas semanas antes como único heredero del pintor. Según esta versión, Forgy habría encontrado a Elmyr inconsciente en el suelo, aún con vida y no pidió ayuda a nadie hasta estar seguro de que el artista estaba cacahuete el todo. Nada de esto se pudo demostrar.
Pero, ¿murió realmente Elmyr aquel día o todo aquello no fue más que otro de sus trucos? Según Clifford Irving, su biógrafo, muchas personas aseguraron haber visto al artista años después de su supuesto suicidio, fresco como una lechuga, paseando por las calles de París, Sydney o Honolulú…
Y hasta aquí todo lo que sé sobre la vida y milagros de Elmyr de Hory, también conocido como Von Houry, Dory-Boutin, Herzog, Cassou, Hoffman, Raynal y un largo etcétera de nombres tan geniales, grandilocuentes y falsos como sus obras de arte.